Manfredo Kempff Suárez
http://www.la-razon.com/versiones/20060926_005676/nota_246_336913.htm
No recordamos que Santa cruz haya atravesado por momentos más graves que los actuales en sus fiestas septembrinas. Seguramente porque éramos unos niños en los nefastos fines de los años 50, cuando el Control Político se cebaba con la juventud cruceña pegando palos en Ñanderoga o asaltando domicilios en las insomnes noches sin luz. Pero era el pueblo chico, lejano y desamparado, cuando ni los periódicos capitalinos nos mencionaban siquiera.
Ahora, a la ciudad grande, al mayor centro productivo del país, es más difícil querer sentarle la mano. Peor aún si no hay motivo. Sería la insensatez más grande que gobierno alguno pudiera cometer. Las amenazas llueven contra Santa Cruz pero hasta ahí llegan. Ni los “ponchos rojos” que convoca García Linera, ni los “talibanes andinos” del alteño de la Cruz, ni las brigadas “Che” Guevara del MAS, van a hacer mella a los cruceños. Y lo mejor que hace Santa Cruz es ignorar estas amenazas, pero, asimismo, no permitir que la cerquen y o pretendan paralizar sus actividades.
Santa Cruz, en este 24 de septiembre, tiene muchas cosas importantes de qué ocuparse. Amén de las amenazas del oficialismo, lo preocupante es el decaimiento del Estado y de la región. Sin un Estado organizado debidamente y sin un Gobierno con capacidad de gestión y con amagos desintegradores para colmo, hay motivos para inquietarse. Eso perturba el ánimo de los cruceños y de nuestros compatriotas en general.
Por lo tanto, hay que tratar de que lo hecho hasta ahora no se derrumbe. Debemos defender lo que en 500 años hicieron nuestros tatarabuelos, aquellos que llegaron a poblar los llanos del Grigotá y hacer familia con los indios. Debemos ser tolerantes pero firmes a la vez. Debe existir tolerancia con quienes están extraviados con ideas que no encajan en estas épocas, pero también debemos ser firmes cuando los pícaros quieren abusar del progreso cruceño; cuando los vagabundos se quieren hacer los distraídos para ocupar lo ajeno y alientan el despojo. Ahí la firmeza se tiene que sentir con rigor.
Santa Cruz no debe, de ninguna manera, detener su marcha hacia el progreso mirando hacia atrás. Debe buscar la inversión externa con todo el respaldo que le dan sus recursos humanos —cambas, collas, chapacos y extranjeros— y las enormes dotes de una naturaleza pródiga. Debe ser tierra de cobijo y amparo, centro de la nacionalidad para quienes quieran acompañarla en su desarrollo.
A un motor en marcha no se lo detiene con palabras ni discursos. A un motor que vibra por su propia potencia se lo detiene solo maltratándolo. Y eso es lo que no vamos a permitir de ninguna manera. Este es un sentimiento unánime en estas fechas venturosas, cuando las amenazas no cesan, pero la serenidad, la decisión y el coraje se imponen.
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