domingo, 28 de octubre de 2007

¿Razas o clases sociales?

Editorial El Deber 16 oct 06

http://www.eldeber.com.bo/2006/20061016/editorial.html

Más que de razas o etnias, en Bolivia tendríamos que hablar de clases sociales. Así lo manda, en forma incuestionable, cualquier repaso de la actual demografía en Bolivia que tome en cuenta ambos parámetros. Los aimaras, quechuas y tupi-guaraníes podrán ser ‘indígenas’ para antropólogos de ciertas ‘ONG’ u ‘originarios’, así como para ultranativistas nostálgicos del Collasuyo, pero para el sociólogo serio son otra cosa. ¿Qué? Pues, campesinos. Es la definición compatible con la ruralidad inherente no sólo a su existencia, sino a sus medios de vida (agricultura primaria). Pertenecen a la clase asalariada u obrera los mestizos, aimaras y quechuas sujetos a relaciones obrero-patronales en la troncal La Paz-El Alto-Cochabamba-Santa Cruz. Son de clase media baja cuantos ‘indígenas’ u ‘originarios’ migraron del campo a la ciudad a recalar en la economía informal (artesanal, ferial, etc.) y convertirse, en cierto porcentaje, en ‘microempresarios’ y, los más, en “trabajadores por cuenta propia”. Estos ex ‘indígenas’ comparten tan abigarrado espacio con mestizos o ‘cholos’, así como con blancoides que también se dedican a lo mismo. En la clase media a secas encontramos también aimaras y quechuas de segunda y tercera generación repartidos en actividades profesionales y el empleo público o privado, junto a mestizos y blancoides. Por cierto que no brillan por su ausencia los rostros y apellidos de originarios e indígenas en los estratos superiores, aunque son criollos y mestizos quienes constituyen la mayoría que en este nivel se dedica a la industria, comercio y la actividad empresarial.
En síntesis, desde el punto de vista de la pertenencia racial, en los sectores de la estructura social del país tenemos de todo. Tanto que ésta se semeja más a puchero que a sopa única. Entre nosotros, igual que en cualquier país del mundo, el ‘status’ social no se halla en la piel, los ojos o el pelo, sino en la billetera. Es decir, en lo que se tiene y en lo que se hace dentro de la colectividad.
Obviamente que en las zonas rurales, particularmente del altiplano y los valles, sigue vigente aun la coincidencia entre pertenencia étnica y pertenencia social, pero a decreciente escala, a causa de la imparable migración campo-ciudad. Algo no muy representativo, por cierto, demográficamente hablando, si se toma en cuenta que casi el 70% de la población boliviana, actualmente, vive ya en las ciudades. Es urbana. La citada coincidencia no invalida el calificativo de ‘campesino’ para el habitante rural, que es el que realmente corresponde a quien los ultranativistas siguen clasificando de ‘indígena’ u ‘originario’. Pertenencia social transitoria, por lo demás, la misma. Más temprano que tarde, el titular de ella, al llegar a la ciudad, la cambia por cualquier otra, siempre y cuando, naturalmente, la economía personal o familiar le garantice el respectivo ‘status’.
A donde vamos es a señalar la necesidad de que en Bolivia nominemos y tratemos a nuestros compatriotas de origen aimara, quechua o tupí-guaraní como lo que realmente son y no como los ideologizados de siempre quieren que se les trate para beneficio político propio.
Y no sólo eso, sino también beneficiarlos con programas de gobierno que garanticen la inclusión social de los que todavía quedan en el agro y mejoren las oportunidades laborales y niveles productivos de los que ya viven en las ciudades.

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