domingo, 28 de octubre de 2007

Morales según el Decálogo de Krauze.

11-Oct-2006. El Deber

http://www.eldeber.com.bo/2006/20061011/opinion_6.html

Con el título de Decálogo del populismo, el escritor mexicano Enrique Krauze ofrece un análisis que permite distinguir claramente el populismo del capitalismo y el socialismo moderados. El decálogo podría reducirse a dos ‘mandamientos’ principales. En lo político, la exaltación de un caudillo a quien sus partidarios consideran providencial. El rasgo político central del populismo es el personalismo. En lo económico, el populismo se caracteriza por prometer metas irrealizables. Si bien exalta emocionalmente las esperanzas populares, el populismo fracasa invariablemente en el largo plazo económico por falta de realismo.
Según Krauze, tanto la extrema izquierda como la extrema derecha pueden reivindicar para sí la paternidad del populismo, todas al conjuro de la palabra mágica: ‘pueblo’. Los extremos se tocan, son cara y cruz de un mismo fenómeno político cuya caracterización, por tanto, no debe intentarse por la vía de su contenido ideológico, sino de su funcionamiento. Krauze propone algunos rasgos específicos que nos permiten reconocer al populismo.
El populismo exalta al líder carismático. No hay populismo sin la figura del hombre providencial que resolverá, de una buena vez y para siempre, los problemas del pueblo. El populista no sólo usa y abusa de la palabra: se apodera de ella. La palabra es el vehículo específico de su carisma. El populista se siente el intérprete supremo de la verdad general y también la agencia de noticias del pueblo. Habla con el público de manera constante, atiza sus pasiones, ‘alumbra el camino’, y hace todo ello sin limitaciones ni intermediarios.
El populismo fabrica la verdad. Los populistas llevan hasta sus últimas consecuencias el proverbio latino ‘Vox populi, Vox dei’. Pero como Dios no se manifiesta todos los días y el pueblo no tiene una sola voz, el gobierno ‘popular’ interpreta la voz del pueblo, eleva esa versión al rango de verdad oficial y sueña con decretar la verdad única. Como es natural, los populistas abominan de la libertad de expresión. Confunden la crítica con la enemistad militante, por eso buscan desprestigiarla, controlarla, acallarla.
El populista utiliza de modo discrecional los fondos públicos. No tiene paciencia con las sutilezas de la economía y las finanzas. El erario es su patrimonio privado que puede utilizar para embarcarse en proyectos que considere importantes o gloriosos, sin tomar en cuenta los costos. El populista tiene un concepto mágico de la economía: para él, todo gasto es inversión. El populista reparte directamente la riqueza, pero no lo hace gratis: focaliza su ayuda, la cobra en obediencia.
El populista alienta el odio de clases. Los populistas hostigan a ‘los ricos’ (a quienes acusan a menudo de ser ‘antinacionales’), pero atraen a los ‘empresarios patrióticos’ que apoyan al régimen. El populista no busca por fuerza abolir el mercado: supedita a sus agentes y los manipula a su favor. El populista moviliza permanentemente a los grupos sociales. El populismo apela, organiza, enardece a las masas. La plaza pública es un teatro donde aparece ‘Su Majestad el Pueblo’ para demostrar su fuerza y escuchar las invectivas contra ‘los malos’ de dentro y fuera. El populismo fustiga por sistema al ‘enemigo exterior’. Inmune a la crítica y alérgico a la autocrítica, necesitado de señalar chivos expiatorios para los fracasos, el régimen populista requiere desviar la atención interna hacia el adversario de fuera.
El populismo desprecia el orden legal. El populismo mina, domina y, en último término, domestica o cancela las instituciones de la democracia liberal. El populismo abomina de los límites a su poder, los considera aristocráticos, oligárquicos, contrarios a la ‘voluntad popular’. El populismo, finalmente, no termina por ser plenamente dictatorial ni totalitario; por eso alimenta sin cesar la engañosa ilusión de un futuro mejor, enmascara los desastres que provoca, posterga el examen objetivo de sus actos, doblega la crítica, adultera la verdad, adormece, corrompe y degrada el espíritu público. Según el Decálogo de Krauze, el populismo es Evo Morales y su Gobierno.

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